Esas son las víctimas de las agresiones sexuales y de género.
Y pienso que semejantes atrocidades se podrán llevar a cabo con tanta impunidad emocional por parte del abusador porque – entre otros factores- la representación mental que se tiene de la mujer es la de un objeto con agujeros, hechos para ser penetrados. O simplemente es tratada como un objeto. Pero lo que me importa destacar entonces es que pensar, sentir y actuar así no es solo cuestión de las mentes enfermas, que sin dudarlo lo están, sino que también son reflejo de una sociedad que nos ponemos (individual, colectiva e institucionalmente) muchas veces de perfil cuando se trata de hacerle frente a todas las expresiones (y ninguna es insignificante) que transmiten el machismo que existe en el sistema simbólico patriarcal en el que vivimos. No nos creemos que no hay otra dialéctica para el machismo, que no sea la sumisión de las mujeres: de una en una o en grupos; en la realidad o en la abstracción a la que remite la normatividad que se hace su cómplice. Y me refiero a la normatividad por excelencia, esa que va configurando las subjetividades: la que quiere entender la diversidad de las orientaciones afectivo-sexuales desde dos únicas etiquetas: género masculino y género femenino, es decir, desde la superioridad de la masculinidad sobre la feminidad.
Veamos dos reflexiones que realizadas con mucha lucidez psicoanalítica desde hace ya unos años, pero con mucha vigencia y actualidad, nos aclaran de qué superioridad hablamos:
“El hombre busca reconocimiento de su potencia sexual, entre hombres y con referencia al padre, en la afirmación del sí mismo masculino, o como estrategia legitimada para encubrir sus necesidades de afecto y de vínculo de apego, mientras la mujer, si bien por mandato androcéntrico es reconocida como objeto de deseo por el hombre, busca en él protección, vínculo amoroso o ser “tenida en cuenta” ( Dio Bleichmar, E. 1991).
“Es hora de que se entienda, por fin, que el acoso sexual es una manifestación de poder, que el acosador no es un ligón simpático e inofensivo, ni un seductor compulsivo, sino un depredador sexual que marca el territorio y demuestra su poderío, que no está dispuesto a aceptar un “no” por respuesta y sabe que cuenta con la complicidad de la manada. No seduce. La seducción es un juego entre dos iguales. El acosador agrede, pisotea los derechos de su víctima y colecciona sus “conquistas” como trofeos de caza”. ( Dio Bleichmar, E. 2017).
Pero no deduzcamos de lo dicho hasta aquí que la alternancia al sistema social vigente es una actitud oposicionista adolescente ante la autoridad patriarcal o el refugio en un matriarcado como una jaula de oro, no; se trata de investigar y desmantelar concepciones con apariencia de muchas verdades que lo que encubren es un sistema de dominación que es realmente lo que nos impide el genuino reconocimiento entre hombres y mujeres.
cbp.