Ante todo, ¡Feliz 2018! Que en el año recién comenzado vayamos consiguiendo, en la medida de lo posible, nuestros buenos propósitos.
Y en ellos me quiero detener hoy: algo que sonando a ligero nos vaya adentrando en lo importante.
Uno de las maneras de regenerar nuestro ánimo y nuestras intenciones es agarrarnos a la celebración de la llegada de algo nuevo y tan importante como es el nuevo año: algo que nos amarra al paso del tiempo. Además, nos atrevemos a formular objetivos- ¡qué osados somos! que van a medir nuestro acierto o nuestra frustración si los conseguimos o no. Y ya solo nos falta elegir los contenidos, aquello sobre lo cual nos proponemos cambiar.
Podemos empezar por elegir las tres palabras que condensan nuestros deseos: salud, dinero y amor, y que si bien siempre tendremos algo que hacer a favor de conseguirlo, no solo depende de nosotros: nos vamos a cuidar en la medida de lo posible, vamos a trabajar-o a buscar trabajo- o vamos a seguir practicando la creencia de que tejiendo amores la vida no solo es más fácil sino que es más placentera y …. transmite salud.
A partir de ahí, recordamos propósitos tan populares como que esta vez sí que cuidaré la dieta; o haré deporte o abriré espacios de tranquilidad (relajación, yoga, meditación etc) y me permitiré el ocio placentero….
Un paso más y nos acercaremos a propósitos diferentes. Por ejemplo, están apareciendo pensamientos que con frecuencia interrumpen la atención (en el trabajo, en la conversación, en la reflexión a solas etc), o conductas que a sabiendas de que no son sanas, no puedo dejar de hacerlas. Elijamos por ejemplo, manías, o respuestas agresivas -con uno mismo y con los otros- o repeticiones hasta la saciedad de lo que necesitamos contarle al otro, o conductas no saludables ante la comida, o conductas frustrantes en la relación sexual, etc.
Todo ello es vivido o con culpa, o con vergüenza y por supuesto con preocupación; y quizá hasta en silencio porque reconocer lo que está pasando, reconocerlo incluso en el ámbito privado de la relación en pareja, podría crear situaciones que añadirían sufrimiento junto a la impotencia de no saber qué hacer, cómo ayudar al otro.
Es el momento de aceptar que no basta con los buenos propósitos para resolver este tipo de situaciones personales, porque lo primero que tiene que ocurrir es aceptar que algo nos pasa, que sin ocultar nuestro malestar a nuestros allegados, necesitamos buscar un espacio extra familiar (de familia o simplemente de confianza) en el que se nos brinde la seguridad necesaria para abordar esos problemas psicológicos. En primer lugar, tomando conciencia de que tenemos todo el derecho a darnos ese tiempo, y segundo, que una vez decididos a hablar de todo ello, la relación de confianza que se irá estableciendo con el/la psicoterapeuta será una de las bases que sustentarán el proceso de cambio con seguridad, sin tener que romper nada, sin tener que desequilibrar la vida cotidiana, al contrario, añadiendo la tranquilidad que nos da el sentirnos bien acompañados por alguien que nos está ayudando.
Lo que quiero decir hoy es que el buen propósito de cambiar nuestra manera de sufrir se traduce en el buen propósito de pedir ayuda psicológica. Y nuestro objetivo se traducirá en conseguir la salud psíquica que sabemos nos está faltando.
cbp